Permitan que me cite: "Hay caso Vinicius, y no me refiero a una polémica circunstancial, sino a un problema complejo que se ha plantado delante de todos nosotros y que nos obliga a profundizar en el origen de una animadversión que ha trascendido la antipatía común para transformarse en una ojeriza contagiosa a solo dos portales del odio. ¿Por qué a Vinicius se le quiere tan poco en tantos sitios? Hay quien lo achaca al racismo, sin mayores matices. Hay quien añade a su condición de negro la de madridista, otro conocido factor de irritabilidad. Hay quien entiende que lo que ofende es su juego, puramente ofensivo. Otros su alegría. Tampoco faltan los que señalan su gestualidad exagerada, percibida por los rivales como jactanciosa y burlona. Sea por una razón o por todas al mismo tiempo, el caso es que la bola se ha hecho tan grande que Vinicius ya no es sólo una amenaza para sus rivales, sino que también representa su motivación principal".
La reflexión anterior fue escrita y publicada el pasado 5 de febrero, después de que el Real Madrid jugara y perdiera en Mallorca. Entonces, como en Mestalla, Vinicius fue el centro de las miradas y de las iras. Le pegaron mucho, se tiró alguna vez y fue abucheado por el estadio como no se abuchea habitualmente, sino con una saña especial, inequívocamente violenta.
Lo que ocurrió en Valencia fue parecido, pero no igual. Y no porque Vinicius recibiera insultos racistas —sospecho que esto no es nuevo para él— sino porque localizó al racista que gritaba y quiso identificarlo. Ni qué decir tiene que lo que no era otra cosa que una denuncia legítima se tomó como una provocación y el estadio, al menos la mayoría ruidosa, tomó partido contra el jugador y en favor del descerebrado, un individuo ubicado en el fondo donde atacaba el Madrid. Hay que suponer que Gayá quiso llevarse a Vinicius de allí para salvar su integridad, pero resulta poco aleccionador que sea la víctima la desalojada.
Hay que suponer, igualmente, que el árbitro siguió el protocolo y activó el aviso por megafonía, una cortesía hacia los imbéciles. Es una evidencia que Ancelotti recondujo la decisión inicial del brasileño, marcharse del campo, con un argumento infalible, no eres tú quien debe irse. Sin embargo, el bochorno fue tan intenso que hubiera resultado purificador que el Real Madrid en pleno abandonara el campo, porque solo con medidas drásticas se conseguirán resultados significativos. Si el castigo por insultar es un aviso por megafonía, sale baratísimo insultar. Y me permito colocar en el mismo rango el insulto racista y el insulto común. No es un desprecio de menor rango llamar a alguien "hijo de puta" o "maricón", diría que es la misma vergüenza intolerable.
La escena fue tan desagradable como la de los ultras del Espanyol invadiendo el campo cuando el Barça se proclamó campeón de Liga y tuvo la malvada ocurrencia de celebrarlo. Algunos pensábamos que eso ya estaba superado, que las nuevas generaciones eran distintas, mejores. Parece que en esto también estábamos equivocados. Aunque quizá no haya que mirar sólo a la grada para comprobarlo.
Que Vinicius se equivoca al expresarse con una aparatosidad muchas veces improcedente y en ocasiones provocadora, está fuera de toda duda. Pero su mejorable forma de actuar tiene eximentes: le pegan mucho y le insultan sin parar. Es cierto que hay otros jugadores que lo llevan con resignación cristiana, pero no podemos exigir la santidad como norma de comportamiento. En cualquier caso, no debemos caer en el error mayúsculo de equiparar un aspaviento con un patada, un aspaviento con un insulto o un aspaviento con la reacción violenta que tuvo Mamardashvili en la jugada que terminó con la justa expulsión de Vinicius. No es lo mismo.
La misma roja que vio Vinicius por agresión a Hugo Duro debió verla el portero del Valencia, y quizá el propio Hugo Duro por agarrarlo antes por el cuello, y no por repartir condenas, sino por hacer justicia, por no disociar la acción y la reacción, por ponernos todos enfrente del espejo.
El problema es inmenso y viene macerándose durante meses, y como no ocurre en Europa, tendremos que pensar que nos pertenece en exclusiva. Existe la Vinifobia —lamento si el neologismo resulta algo chusco—y es una responsabilidad común atajar este odio y dejar de justificarlo en la personalidad expansiva de un chico de 22 años que es incapaz de alejarse del fuego. Su salida del campo, haciendo ver que el Valencia se irá a Segunda, fue, además de un error de cálculo, la torpeza que deprime a cualquier abogado defensor, la bravata que despierta la memoria de los más viejos del lugar. Por un gesto similar, Juanito recibió un botellazo en la cabeza en una tarde de 1977, en tiempos que creíamos prehistóricos. No estamos tan lejos. Tenemos los actores y la rabia. Sólo falta la botella.
Por cierto, el Valencia ganó el partido y la salvación, gracias en buena parte a su portero. Gracias, en alguna medida, a Vinicius.