La escalada de infamia en lo que podemos llamar el caso Vinicius alcanzó su pico en las horas previas al derbi de Copa del Rey entre el Real Madrid y el Atlético. El Vinicius colgado de un puente de la capital de España por el Frente Atlético supuso el pináculo de una situación que nos ha puesto frente al espejo como país y como ecosistema mediático en una secuencia que ya ha trascendido al mundo del fútbol. Con una complicidad crítica de la Fiscalía de Madrid se puede llegar a la conclusión de que un negro del Madrid es un negro de Segunda, como dijo Kroti en Fútbol para Inteligentes. Que se le puede decir y cantar ‘mono’ si “dura pocos segundos y se hace en un contexto de máxima rivalidad”.
En esto de Vinicius el foco ha ido cambiando de un lado a otro pero siempre buscando situar a la víctima como el culpable. Primero fue el tema de los bailes como epicentro de la generación de odio y barra libre hacia el brasileño, luego analizar y escrutar cada gesto y por el camino entre esos dos puntos el enaltecimiento de los futbolistas de medio pelo que en cada partido lo están curtiendo. Mientras lo masacraban a diario y algunos rivales incluso reconocían que estaban yendo a por él intimidatoriamente con el Mundial a la vuelta de la esquina, las tertulias, las encuestas y las corrientes de opinión en los grandes medios de comunicación nos movían el foco a si se lo estaba mereciendo. Con Vinicius, que no ha dado una mala patada desde que llegó a España o que no ha soltado un brazo como respuesta a los golpes, hasta se ha roto ese contrato social entre los futbolistas de que lo que pasa en el campo se queda en el campo.
Lo del crack brasileño es lo de la minifalda demasiado corta...
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