Si
el fútbol tuviese un mínimo de lógica y los puntos conseguidos se basasen en la
meritocracia futbolística, la semana pasada el Barça habría ganado con
meridiana claridad al Real Madrid. Y hoy habría perdido estrepitosamente en
Anoeta. Aun así, y con toda esa lógica
en contra, el Barça tiene los mismos puntos que si dicha lógica se hubiese
cumplido. Bendito deporte este.
Porque la
buena sensación que dejó el equipo hace una semana, pese a la derrota frente a
los blancos, convenció a Xavi para repetir equipo con apenas el cambio de
Lewandowski por Yerrán. Pero esa imagen se diluyó como un azucarillo durante
prácticamente los 90 minutos anteriores al gol de Araujo. Los de Xavi, sí, los de ese Xavi que lleva dos años al frente del
equipo -hay que decirlo más– fueron una caricatura de equipo. Superado en
todas las líneas desde el minuto 1. Ya a los
28" el disparo de Barrenetxea no se convertía en gol por obra y gracia de su
santidad Ter Stegen. El mismo que, apenas dos minutos después, minimizaba una
pifia de Koundé desviando el balón a un córner que trajo un remate diáfano de
Merino. Tres ocasiones en tres minutos. Difícil recordar una salida de partido
blaugrana peor.
Araujo
intentó cortar el arreón donostiarra a la uruguaya: suerte para él que a
Alberola Rojas le pareció demasiado temprano para empezar a sacar tarjetas.
Porque el partido avanzaba y todo lo que se veía era terrorífico. Digno de Halloween con 4 días de retraso.
Solo Gavi se había puesto el disfraz de futbolista profesional. Gundogan, en
cambio, seguía disfrazado de Sergi Tormento turco-alemán: el veterano que
debería estar calmando el juego, ofreciéndose y haciendo de teórico ancla, se
mostraba incapaz de poner un mínimo orden. Ni siquiera de dar esa voz que tanto
reclama.
Sin
una mínima fórmula para contrarrestar el fútbol blanquiazul, a remolque de lo
que hicieran los de Imanol y achicando como un equipo pequeño, el Barça solo
aportaba perdidas y pérdidas imperdonables a la estadística. Y el cero a cero se presentaba como un
grandísimo resultado al descanso, tanto que alguno se planteaba abrir una
botella de cava. Los monólogos de Verstappen en la F1 este año se antojan
más divertidos.
Porque en la segunda
parte la Real siguió jugando y el Barça sobreviviendo. Lewandowski intentó entrar en juego ejerciendo de centrocampista,
cual Messi en la época del Patata Martino. Spoiler: No funciona. Peor aún lo de Joao Infeliz, invisibilizándose
más y más a cada partido que pasa, y volviendo a cumplir el patrón que ya siguiese
en el Atleti y en el Chelsea. Junto a su tocayo, Joao, están haciendo
méritos a marchas forzadas para ser reempaquetados a sus equipos de origen
cuando llegue el mes de junio.
A falta de 20 minutos, y con seis
ocasiones acumuladas por parte de la Real por ninguna del lado contrario, las
entradas de Lamine y Raphinha por los 2 Joaos, le dieron un poco de aire al
equipo. La Real, tras tremendo esfuerzo sin premio, se fue desfondando llegándose
a los cinco últimos minutos con el Barça dominando y atacando con claridad. Por
primera vez en todo el partido. Ese pequeño lapso de tiempo bastó para que Araujo
avisase con un buen tiro desviado por Remiro. El mismo que también achicaba la
portería solo frente a Gavi, en la mejor ocasión de los visitantes. Y cuando el
reparto de puntos parecía inamovible, finalmente Gundogan encontró el tiempo y
el espacio para poner el balón en la cabeza de Araujo. El uruguayo recordó sus tiempos de delantero centro hasta los 17 años y remató cual killer al fondo de las mallas para darle a su
equipo una de las victorias más inmerecidas de su historia.
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