Dos goles a balón parado. Uno de córner
y otro de penalti. Tres puntos más. Un partido menos. Cero fútbol. Como si fuera una continuación de la
temporada pasada, este Barça de Xavi sigue sin mostrar nada, más allá de su
competitividad y de sus buenos números. El año pasado el equipo se hinchó a
ganar partidos así, de esos que dicen que ganan ligas. Y la cosa acabó bien
pero... tras prácticamente dos años en el cargo, se esperaba y se espera
(mucho) más, en base a la idea de lo que proclamaba el propio Xavi. Al menos ya
debería haber un centro del campo que tuviera algo más de autoridad. Seguimos
esperando.
La alineación, casi de once de
gala en base a los jugadores disponibles y a la espera de que la puesta a punto
de Cancelo destierre para siempre a Sergi Tormento, confirmaba que Lamine ha
adelantado por la derecha a Raphinha. Pero nuevamente entre un DecepJong
funcionarial, un Gündogan que no pide la pelota y un Gavi que solo aportaba
pundonor, el juego volvía a ser tan de
encefalograma plano que solo cabía hacerse preguntas dignas de una clase de
teología: “¿Hay alguien ahí arriba?”.
Cierto es que Lamine no tuvo su día, pero es un adolescente al que no se le
puede ni debe exigir ser diferencial en cada partido. Todo lo contrario que a
un Lewandowski que sigue en modo post-Mundial. Se sabe que a Robert se le caen
y se le seguirán cayendo los goles pero ya no queda ni rastro de aquel jugador
de la primera vuelta de la pasada temporada que comandaba todo el juego de
ataque. Irreconocible el polaco.
Ante la dejadez de funciones del
medio del campo y de la delantera tuvo que ser la defensa quien crease el
peligro. Y fue Koundé, más cómodo jugando de central, quien abriese el marcador
de certero cabezazo a la salida de un córner. La reclamación de una falta anterior del francés fue tan absurda como pretender
creer que si a alguien le tocan en la espalda, se queje de un dolor en su cara. En su caradura. La
de Pablo Ibáñez concretamente. Fue la jugada que cerró una insulsa primera
parte que no solo no mejoró, sino que empeoró en la segunda.
Porque en la reanudación, a los de Chavi, con Ch de Cholo, el 0-1 les
parecía más que suficiente ante un rival con más de medio equipo suplente.
Ni un atisbo de ir a por el 0-2. Ni un amago de cerrar el partido con un segundo
gol que habría sido definitivo. Mucho mejor salir a verlas venir. O a tratar de
aguantar el balón sin balón. Y bastó la entrada del Chimmy Avila para que
Osasuna empezase a sembrar la duda en cada intento de ataque. Ter Stegen salvó
las que pudo pero no la que no se podía: un tremendo zurdazo ajustado al palo
del Chimmy que hacía saltar las alarmas.
Con tan solo quince minutos por delante tocaba improvisar un plan de
ataque. Si ese plan consistía en el debut de Juan Infeliz, no funcionó en
absoluto. Porque el portugués se dedicó a caminar por el campo, como si
fuera aquel Messi que esperaba agazapado para dar su zarpazo final. Teniendo
una calidad y un espíritu competitivo entre 10 y 20 trillones de veces inferior
al argentino, ese plan difícilmente terminaría en algo positivo. Por suerte, un
cruce de Lewandowski en el área cortado claramente por Catena, evitó tener que
pensar en otras alternativas. Pese a la doble incertidumbre, tanto por la
consulta al VAR como por el baile de capoeira de Robert al lanzar, el balón
llegó al fondo de las mallas y puso el 1-2.
Pero ni el marcador favorable ni
la expulsión de Catena trajeron la tranquilidad azulgrana. Este equipo aún –y va para dos años– no sabe defenderse con el balón y
pese a jugar con uno más bramaba continuamente por el pitido final. La
prueba del algodón del mal partido que concluyó con apenas el marcador favorable
para ser digno de ser recordado.
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