Le compraron su primera bicicleta con el dinero de la venta de una cerda y la llamaron desde entonces «la bici de la cerda». Al pequeño Guillermo le fascinaba montar y empezó a competir con otros chavales. Su padre, que era labrador, le motivó a su manera: «Si no ganas, no volverás a correr más». Lo tuvo en cuenta porque nunca dejó de ganar. Le dieron un pollo por su primera victoria y muchos millones por lucirse en los mejores velódromos europeos. Antes, en 1955, fue el primer ciclista español vencedor en un Mundial, modalidad tras moto: «Soy el hombre más feliz del mundo y mi deseo ahora sería volver a mi pequeña aldea de Mallorca». Uno de tantos regresos lo hizo subido a un Cadillac.

Entre 1955 y 1965 fue seis veces campeón del mundo en pista —para mayor regocijo del Régimen—, récord solo superado por otro mallorquín, Joan Llaneras, nacido en Porreras, a 17 kilómetros del pueblo natal de Timoner, Felanich. Y luego hay quien dice que nos pasamos la vida persiguiendo casualidades.

Guillermo Timoner se retiró como gloria nacional y puso dos tiendas de deportes. En 1980 entró en una de ellas un diligente inspector de Hacienda. Le explicó que las bicicletas de carreras que vendía no eran consideradas artículos deportivos y requerían de una licencia especial, por lo que debía abonar una sanción de 87 000 pesetas (523 euros). La primera reacción de Timoner fue apelar al sentido común (error grave): ¿qué es una bicicleta más que un artículo deportivo? A continuación, siguió una estrategia de indudable efecto mediático y lógica discutible. Como no pensaba pagar, propuso al fisco que le embargara sus medallas. «Cuando vengan a por ellas no las encontrarán porque yo las he escondido y se tendrán que llevar a mi mujer a la cárcel...

Extracto del libro Diccionario de Ciclismo.

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