Rodrygo Goes, 22 años, fue la razón por la que el Real Madrid ganó en el Pizjuán. Como siempre, su influencia fue sigilosa, como su fútbol. Cuando yo era niño —y no tan niño— compartí patio y partidos con algunos muchachos así (Velasco, el mayor de los Porras, no muchos más), que no daban patadas a la pelota, sino que la conducían y, llegado el caso, la colocaban dentro en la portería contraria como se guardan los calcetines en un armario. Su excelencia radicaba en la simplicidad. El suyo era un juego de cara lavada, de elegancia natural, en las antípodas del estruendo que acompaña a los grandes chutadores, de la condición gimnástica de algunos nueves o del arrebato casi desquiciado de los regateadores geniales. Ellos hacían lo mismo sin que las palomas echaran a volar. Como Rodrygo.
Su segundo gol ante el Sevilla le define en estilo y en profundidad: no sólo es jugador de detalles exquisitos, también es largo aunque sea menudo, capaz de manifestarse en territorios ajenos, de iniciar en campo propio (casi en área propia) y finalizar en la cocina del enemigo, después de sesenta metros de carrera sin un solo jadeo. Hay jugadores de gran despliegue que pueden hacer ese mismo viaje, pero son escasísimos los que lo concluyen con la tranquilidad del paseante que aparta una piña con el pie.
Desde que apareció en escena nos quedó claro que era un chico que entendía el juego —evidencia que contrastaba con los problemas de comprensión de Vinicius— pero no nos atrevimos a proclamarlo como una estrella, demasiado tímido, tal vez delicado en exceso, inconstante como otros talentos similares. Bien, pues va siendo hora de subirlo de rango.
Lo de Rodrygo tiene más mérito aún si pensamos que Ancelotti apostó de salida por cinco centrocampistas —Kroos, Modric, Tchouameni, Ceballos y Valverde—, quizá los que debió alinear en Manchester. Esa proliferación de medios tuvo más efecto en la posesión que en el ataque. A la hora de la verdad, asomado al balcón, el Madrid no encontraba soluciones. Carecía de sentido colgar balones porque Rodrygo no es ese tipo delantero. Faltaba Benzema para entrar con paredes y sin Vinicius no había forma de provocar desequilibrios estructurales en la defensa sevillista. Para añadir mayor dificultad a la tarea, Rafa Mir había adelantado al Sevilla a los dos minutos.
Una falta en la frontal cambió el panorama sin quitarnos del todo la razón. Hubiera resultado casi imposible empatar a través del juego, pero un tiro con barrera era una oportunidad que no dejó escapar Rodrygo. Su disparo seco tuvo más miga de lo que parece. La tentación es culpar al guardameta por no defender su palo, pero no era tan fácil intuir un chut tan preciso y potente...
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