El Real Madrid se dio un homenaje a siete días de la final de Copa y a diez de la semifinal contra el City. Si se pudieran congelar los momentos de inspiración, lo más sensato, terminada la fiesta, hubiera sido criogenizarlo todo, jugadores, espectadores y musas, lástima que no tenga esta función el estadio multifuncional. El ultracongelado integral, por cierto, habría venido bien a las molestias musculares con las que acabaron Rodrygo y Vinicius. 

A pesar de los tres goles de Benzema, quinto triplete en Liga y lucha a brazo partido contra Lewandowski por el pichichi (18-17), el protagonista del partido fue Rodrygo, autor de un regate que le define y que quedará como imagen de marca. No fue la jugada de Redondo en Old Trafford (2000) porque no hubo caño ni diablos delante. Tampoco fue el ejercicio de funambulismo de Butragueño contra el Cádiz (1987), tres regates y gol. No fue tanto, pero fue mucho. Una acción de las que se ven cada diez o quince años, una sutileza infrecuente, la burla que sueñan los bajitos del mundo. Para su marcador, el portugués Samu Costa, queda el oprobio y la inmortalidad: entró al engaño como un becerro y en cada repetición de la jugada enseña al mundo dorsal y nombre. 

Hay que insistir en que Rodrygo es un empeño de Ancelotti contra el sentido común. Lo prudente sería ganar un centrocampista a cambio de un delantero y proteger al equipo en los repliegues. Pero el tiempo ha dado la razón al entrenador: Rodrygo ha dejado de ser un complemento ofensivo para convertirse en una clave ofensiva, el factor X de un equipo que corría el riesgo de ser demasiado previsible en ataque. 

Rodrygo completó su tarde con un gol que desmiente los prejuicios que despierta su escasa corpulencia: aunque parece enclenque, tiene potencia para reventar la pelota desde fuera del área. La explicación es sencilla: sabe jugar. Y esa comprensión total del fútbol la tienen muy pocos jugadores. No se trata solo de ver por encima, habilidad de los buenos organizadores, sino de hacer goles por el camino más fácil, condición exclusiva de los delanteros con mejor olfato. Saber cómo se hace y hacerlo.

Benzema fue la otra estrella. Sus tres goles borran dudas anteriores, más nuestras que suyas. Ha vuelto cuando tocaba y su enésimo regreso resulta todavía más extraordinario si tienes memoria y te acuerdas del gato, de aquel delantero gregario que aparecía casi siempre en segundo plano. Él también sabe jugar, sobra decirlo.

De Vinicius hay poco nuevo que añadir: soberbio, excesivo, letal para el contrario y peligroso para sí mismo (a medio metro de ver la roja). También imprescindible para lo que se avecina, por eso inquieta que le duela algo. 

Ancelotti no hizo concesiones en el once titular porque las hará en el próximo partido y porque Girona fue un aviso: si frenas, te alcanza cualquiera. Los puntos sirven para que el Atleti no se dé una alegría y el optimismo vale siempre, nada mejor para transitar entre capricho y capricho, del destino o del Madrid. 

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