Juan Rodríguez Briso

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Fue, sin duda, uno de los peores partidos de la era Xavi. Por correcalles, por nerviosismo, por descontrol… Por ser de esos partidos donde prácticamente ninguno de los jugadores se parece al que uno espera si da su mejor versión. Bueno, no todos. De Marcos Alonso, nadie espera gran cosa, excepto su capacidad sobresaliente de habilitar delanteros rivales, y el chico lo sigue cumpliendo a la perfección. Pero en días como hoy Kalboriol parece tan incapaz de dar continuidad al juego como de dar una salida limpia de balón. En otras palabras, que no es jugador para el Barça. O que Sergi Tormento parecía haberse apoderado del cuerpo de Cancelo. O que O Tiburao do Foios no está para ser titular: solo funciona saliendo de suplente. Los más agoreros incluso echaban de menos a DembeLerdo. Porque tan mal se veían las cosas que el aficionado culé medio había pasado en apenas 45 minutos de hacer cábalas sobre cuánto costaría Juan Infeliz en Junio a pensar a qué equipo lo cedería el Atlético la temporada que viene.

 

Y es que esos primeros 45 minutos fueron el todomalismo en todo su esplendor, donde RaFat Benítez le ganó completamente la partida táctica a Xavi. Se notaron los casi 25 años de diferencia en los banquillos. Su equipo estuvo mejor plantado, tanto en defensa como en el centro del campo e incluso en ataque, con varias llegadas que precedieron al primer y merecido gol de Larssen. Un gol que decía que no era ni mucho menos injusta la victoria visitante en el entretiempo.

 

Estaba claro que los locales iban a tener que sudar tinta para darle la vuelta al marcador, más aún cuando el Celta no solo no reculó sino que siguió teniendo ocasiones en ataque y el único remate a puerta de los azulgrana lo firmaba Araujo, a la salida de un córner. Daba la sensación de que el 0-2 estaba más cerca que el 1-1 y lo confirmo Douvikas marcando el segundo que, a falta de 15 minutos parecía sentenciar el partido. Así lo entendió Benítez que, incapaz de controlar su vena amarrategui, dio descanso a Aspas y echó al equipo atrás: si no habían recibido un gol en 75 minutos, parecía imposible recibir 3 en 15. Un plan sin fisuras.

 

Pero las remontadas es un registro que todo equipo grande que se precie también debe dominar. Y partidos como el de hoy son perfectos para practicar. Así parecieron entenderlo los de Xavi, especialmente, cuando el Celta se echó descaradamente atrás invitando a intentar la remontada épica. No tardaron mucho en despertar de su letargo los Joaos, y ambos volvieron a conectar con Robert –el gol llama a su puerta. Primero, el Infeliz, picando con sutileza al espacio para que el polaco resolviese con un globo la salida de Ivan Villar. Y, apenas 4 minutos después, Cancelo adentrándose en el área para levantar la cabeza y encontrar en el punto de penalti al pichichi Lewandowski. Su doblete ponía el empate en un increíble visto y no visto.

Las caras de los jugadores del Celta eran de tal desconcierto que no cabía preguntarse si el Barça lograría el tercero, sino simplemente, quien lo marcaría. Y ese no fue otro que Joao el Bueno. Estaba perpetrando un partido infame pero es lo que define a la gente de clase mundial: pueden quitarse la espina de una pésima actuación añadiendo a una gran asistencia el gol de una victoria que llevó el delirio a las gradas. El Estadio Olímpico vivía su primera remontada pero, sobre todo, recibía una lección: aún hay que quitarse el aura de superioridad y evitar la autocomplacencia porque falta mucho –todo– por hacer.

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