La temporada pasada el Barça conquistó la liga amparado en su buen
hacer defensivo. Sostenido por una línea donde, salvó lesiones y/o
sanciones, eran fijos cuatro titularísimos: Baldé por la izquierda, Araujo y
Christensen en el centro y Koundé por la derecha. Jules, pese a no jugar en su
teórico puesto, rindió mucho y bien. Como central no mejoraba ni al uruguayo ni
al danés, y como lateral derecho aportaba lo que nadie en la plantilla. Sin
embargo, el francés se quejaba con cierta frecuencia de su posición, amagando
incluso con salir aprovechando las necesidades financieras del club.
La llegada de João Cancelo esta
temporada, le abrió las puertas de la centralidad pero la realidad le ha
abofeteada en la cara: ahora Jules sale
a error gordo por partido y hoy, frente al Alavés, se transfiguró completamente
en su compatriota Christanval. Si el chaval Samuel Omorodion, inspirado por
el espíritu de su medio compatriota Daniel Amokachi, hubiese tenido un poco más
de acierto en la primera parte, a estas horas Koundé estaría buscando acomodo
en algún equipo de la MLS de cara al mercado de invierno.
Porque ni 20 segundos tardó el melillense en ridiculizarle, al
adelantarse en el primer ataque de los vitorianos y marcar el 0-1. Lo de “ni 20 segundos” no es una expresión
hecha: fueron 18 segundos los que transcurrieron desde el saque de centro –del
Barça– hasta el gol del Alavés. Costará encontrar antecedentes de que a un
mismo equipo le marquen gol en menos de 20 segundos, teniendo el saque inicial,
por dos veces –de momento– en la misma temporada. Un dato muy significativo
sobre lo que viene ocurriendo esta temporada.
Y cuando a la media hora Samu ya
había perdonado el 0-2 en dos clamorosas ocasiones –un mano a mano solo frente
Ter Stegen y otra al larguero– Xavi
recapacitó y volvió al plan del que nunca debió haber salido: Koundé al lateral
y Araujo a marcar a Omorodion. El técnico solucionó así el primero de sus
graves problemas: el poderoso delantero se apagó en cuanto tuvo una marca de
verdad. Porque el otro problema, el del ataque, continuaba en su horrenda línea,
con un equipo intentando entrar por la fuerza bruta, a base de centros y
cabezazos, donde Gündogan seguía flojísimo y Pedri intrascente, haciendo entre
ambos aún más evidente el viejazo de
Lewandowski. Los Joaos, por su parte, parecen seguir siendo flor de un día, el
de su debut. Son el paradigmático caso de ese trabajador nuevo que llega a la
empresa y deslumbra el primer día… para después caer en la mediocridad
absoluta.
Terminaba así una primera parte
nuevamente regalada y que obligaba al equipo a seguir a remolque en la segunda
parte. Un segundo tiempo donde, antes de
que la música de viento se adueñase de Montjuic, Lewandowski recordó que el gol
corría, corre y correrá por sus venas. Donde hubo fuego, siempre queda
alguna brasa: con un giro de cabeza imperial, Robert remataba al fondo de las
mallas un buen centro de Koundé desde la derecha. Rompía así el polaco una
racha de seis partidos sin marcar, algo que no sucedía desde la temporada de su
debut en el Borussia de Dortmund. Un dato que dice que estamos ya ante sus
últimas cenizas.
Las entradas de Raphinha, Balde y
O Tiburão do Foios no mejoraron mucho
el juego del equipo pero sí su empuje. El Alavés ya no era el equipo bien plantado
de la primera parte y, poco a poco, fue dando pequeños pasos hacia atrás.
Sabido es que ese es el mejor camino para caer en el abismo y el empujón definitivo se lo dio Abdel Abqar
al derribar de manera tan clamorosa a
Ferrán que no hizo falta ni consultar al VAR. Lewandowski continuó con su
reconciliación particular con el gol dando nuevamente una clase magistral de
COMO NO TIRAR un penalty -saltitos de arlequín incluídos- y aún así, marcarlo.
Lejos de ir a por el tercero para no sufrir al final o, al menos, defenderse con el balón, Xavi tuvo su ataque magureguico, metiendo a Tractoriol Romeu para aguantar el resultado. Una prueba más de que el de Tarrasa es culpable muy directo del juego que lleva perpetrando el equipo toda la temporada. Ver al Barça pidiendo la hora en casa en los últimos ataques del Alavés –un recién ascendido, recordemos–, hacían llorar al gran Johann desde el cielo. Una nueva afrenta a las enseñanzas del Profeta que terminará por castigar a su supuesto alumno si éste no hace algo por cambiar la tortura visual de fútbol a la que está sometiendo el paladar culé: bocata de clavos de primero y sorbete de arena de postre. A digerirlo.
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