El partido fue inmenso porque estaba mil veces pensado. Había planos de todo, cientos de dibujos que describían movimientos, desmarques, presiones y ayudas. Hasta es posible que cada entrenador tuviera un mapa con la exacta descripción del empate, dos aciertos a partir de dos únicos errores, tiros desde fuera del área, un sobresaliente en términos generales, una mención honorífica a la concentración de los futbolistas, notable para Camavinga. Todos tenían la convicción de que se jugaba sobre el filo de una navaja y el mínimo error hacía sangre. De ahí que salir vivos sea un triunfo compartido, un motivo para el optimismo a partir de presunciones diferentes. El Madrid partía como víctima y 90 minutos después parece un igual, diferente en las formas, pero ni un milímetro inferior al mejor equipo del momento. Para el City queda el gol que resolvió un problema y el desenlace en campo propio, una ventaja teórica que a veces te devora el corazón. 

Que nadie dude de que el partido se seguirá jugando en la cabeza de los protagonistas, no para torturarse, sino para entender. ¿Valió de algo el aplastante dominio del City en los primeros 25 minutos? Sin duda fue una presentación imponente. El anfitrión, acorralado, sometido voluntariamente, como si asumiera su inferioridad para según qué cosas. Sin embargo, por momentos, la posesión inglesa recordó a la de la Selección española, más efectista que efectiva, el famoso parabrisas. El control no se tradujo en ocasiones claras, más allá de un par de tiros lejanos. Lo que más aproxima al City al gol no es el orden, sino el caos que nace del robo. No es un equipo de ganzúa, sino de dinamita. De manera que tenía todo el sentido la propuesta del Madrid: ceder campo y balón es una buena forma de protegerse si no tienes vértigo. Sólo falló, en bastantes minutos, el plan de fuga. Con todo el equipo en disposición defensiva, la portería contraria eran tres palos en el horizonte. No obstante, hubo un par de despliegues excelentes, toques sutiles y carreras olímpicas. Uno de ellos acabó en gol, chutazo extraordinario de Vinicius, primera estrella mundial, digan lo que digan los que nunca se envainan el espadón.

El gol elevó al Madrid y planteó dudas en el City, que no perdió la cara al partido, si bien se le notó la extrañeza. Guardiola parece sugerirlo, pero la suerte no explica al Madrid. Antes hay un equipo irreductible y un entrenador que sabe, aunque disimule. La incorporación de Camavinga al mediocampo en las acciones de ataque abrió pasillos que pudieron ser mejor aprovechados. La elección de Rudiger como marcador de Haaland fue otro acierto. Su marcaje fue tan estrecho que sólo le faltó la penetración, caso de que no la hubiera. Carvajal se fajó con Grealish con la misma eficacia y sólo Benzema estuvo por debajo de su nivel, más voluntarioso que acertado.

De Bruyne marcó el empate porque los jugadores excelentes son incontrolables y porque Camavinga se cortó con la navaja. Ya al final, Tchouameni quiso contestar con otro zapatazo, pero Ederson evitó el derrumbamiento del nuevo estadio. No pasa nada. Tenía que ser así. Máxima dificultad. Si el City pretende levantar la Copa tendrá que matar al viejo león en su casa, y ya se sabe lo molesto que es meter un león dentro de una casa. 

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