El 12 de mayo de 1935, los futbolistas de la Selección española entraron al terreno de juego del estadio Müngersdorfer de Colonia en medio de un pasillo de saludos fascistas. Fue la intimidante bienvenida del Tercer Reich. En la parta alta de las gradas ondeaban una sucesión de banderas con la esvástica nazi. Aunque el tiempo no acompañó aquel día a orillas del Rin, 73.000 personas acudieron al campo para ver el primer partido de fútbol de la historia entre Alemania y España.
El enfrentamiento llamó la atención no sólo de los dos países protagonistas, sino de todo el Viejo Continente. Las entradas se agotaron con un mes de antelación. Según las cifras que se manejaron en el momento, otras 240.000 personas se quedaron con las ganas de acudir al estadio. La expectación era máxima. Para el día del partido se fletaron docenas de autobuses y hasta 23 trenes especiales. El ambiente en Colonia era festivo. Las calles se llenaron de colorido, alemán y español. Alrededor de dos mil aficionados españoles se desplazaron para animar a la Selección. Por unas horas, las banderas tricolor de la Segunda República se entremezclaron con las esvásticas. Menos de un año antes, en agosto de 1934, Adolf Hitler se había convertido en Führer. España estaba a poco más de un año del estallido de la Guerra Civil.
La historia quiso que se enfrentasen un régimen totalitario que acababa de nacer con una República que estaba a punto de desaparecer. Más de 180 cronistas venidos de todos los rincones de Europa se reunieron en las tribunas de prensa del Müngersdorfer para cubrir el encuentro. En el palco de autoridades no estuvo Hitler, poco amigo del fútbol, pero sí el alcalde de Colonia, el embajador de España en Berlín y el ministro de Educación alemán, Bernhard Rust, autor de la frase: “Toda función de la educación es crear nazis”.
Cuando desde la megafonía sonó el Deutschland über alles (Alemania sobre todo), el público se levantó de sus asientos para alzar el brazo derecho y entonar el himno nacional. Los jugadores del cuadro germano se unieron a sus compatriotas con el mismo saludo fascista. La Vanguardia dibujó el paisaje de una forma muy clarificadora: “El nacionalismo alemán estaba desbordado. Se concedía una importancia sensacional a esta lucha”.