Tenemos que hablar. Así comienzan las conversaciones cuando alguien quiere dejar de hablar contigo. Todo el mundo sabe lo que significa un “tenemos que hablar”, pero nadie cuánto dura. Unas veces son despedidas que se agotan en la misma frase. Otras se alargan hasta el infinito. Los hombres nos despedimos con pocas palabras y la mayor parte de las veces sin pronunciar ninguna. Hay mujeres, sin embargo, que pretenden que observes todo lo que has roto. Lo esparcen sobre el mantel y se detienen en cada pedazo. Si el destrozo es considerable el inventario puede llevar horas.

Yo tuve una novia que me dejó durante la final del Mundial de Italia 90. La comunicación del abandono comenzó antes, tenemos que hablar, pero se prolongó hasta los últimos minutos del partido. Cuando por fin llegué a casa, mi padre me preguntó si lo había visto y le contesté que sí, que claro, que vaya pena. Debió entender que yo iba con Argentina.

El adiós tuvo lugar en un coche. Cuando eres joven casi todo lo importante sucede en un coche, asientos delanteros o traseros. Los jóvenes viven y mueren en los coches, aman, follan y se rompen el corazón; tener moto empeora las cosas. En este caso yo ocupaba la plaza del conductor y ella me observaba desde el puesto del copiloto, medio girada, es posible que algo desafiante. Para evitar miradas entrometidas, y también para poder llorar a gusto, había aparcado en una calle sin tráfico, en una de esas urbanizaciones a medio construir que tanto abundaban en los ochenta, cuando todavía quedaba mundo por construir...

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