Clark Gable nació en Cádiz. Así expuesto, sin más detalle, la cosa parece asombrosa. El quillo Clark jugando al escondite en el barrio de La Viña. Lo es menos si aclaramos que el Cádiz de Gable se encuentra en Ohio, a 6.326 kilómetros en línea recta de la playa de La Victoria. No obstante, que el Rey de Hollywood naciera en una sucursal gaditana hace 122 años sigue siendo un hecho significativo. Al fin y al cabo, el Cádiz de Estados Unidos nació de la iniciativa de unos misioneros españoles que llamaron Cádiz a un asentamiento inhóspito donde habitaban los indios iroqueses que con tanta dignidad comandó el Gran Jefe Pontiac, convertido luego en división de la General Motors.

Se sabe poco de los primeros paisanos que se aventuraron por el medio oeste de los Estados Unidos a finales del siglo XVIII. Todo indica que fueron en su mayoría religiosos en busca de indios a los que evangelizar. El rastro de aquellos misioneros se puede seguir a través de las ciudades con nombre español. A 300 kilómetros de Cádiz (Ohio), en el mismo estado, se ubica Toledo, cuna de la actriz Katie Holmes. Unos 700 kilómetros al suroeste aparece otro Cádiz, el de Kentucky, bautizado así por un gaditano persuasivo cuyo nombre se ha perdido en la memoria de los tiempos. En el radio de 1.000 kilómetros de la Cádiz de Gable se encuentra Madrid (Iowa), uno de los cuatro madriles en el mapa de los Estados Unidos.

Pero volvamos a ese gaditano universal llamado Clark Gable. Suyo es el aniversario y suya la leyenda, recogida en el Cádiz de Ohio en un coqueto museo, no muy lejos de una casa de aspecto sureño que se levanta sobre la que le vio nacer. No hay duda de que el espíritu de Rhett Butler se apoderó del arquitecto.

La biografía personal y sentimental de Gable está marcada por la muerte de su madre cuando era un bebé de diez meses. No hace falta una licenciatura en psicología para vincular esa pérdida con su dos primeros matrimonios (cinco en total), con mujeres mucho mayores. Con su primera esposa, la actriz Josephine Dillon, se casó en 1924, cuando él tenía 23 años y ella 40. Dillon era una mujer escasamente atractiva, aunque por aquella época Bill Gable —así se hacía llamar— tampoco era un adonis. De hecho, fue Dillon la primera en pulir su aspecto: pagó de su bolsillo su primer arreglo dental, le cambió el peinado y le corrigió un tono de voz demasiado agudo. También fue la responsable de que el joven William Clark Gable descartara su primer nombre. Juntos se abrieron paso en el Hollywood del cine mudo, ella como agente y él como actor meritorio. Al poco de firmar su primer contrato con la Metro, Gable pidió el divorcio y se casó en 1931 con la millonaria María Franklin. Él tenía 29 años y ella 46.

Para entonces, Clark Gable ya había tenido problemas con el tamaño de sus orejas. Darryl F. Zanuck, ejecutivo de la Warner, hizo una definición demoledora: “Sus orejas son demasiado grandes y tiene el aspecto de un simio”. La opinión de Louis B. Mayer no fue más alentadora: “Es demasiado feo para un papel protagonista. Además, sus orejas son de elefante”.

Gable, todavía por refinar, y la señora Dillon.

Sin embargo, Gable tenía algo. En primer lugar, presencia física. Su 1’85 le hacía destacar sobre otros actores y le convirtió en candidato para el Tarzán que hizo suyo Johnny Weismuller. Además, tenía cierta virilidad primitiva y las mujeres no prestaban mucha atención a sus orejas. Fue así como pasó de villano a galán, aunque con reparos de la MGM, que llegó pegarle las orejas con cinta adhesiva “para que no se abrieran como las puertas de un taxi”. Gable fue concluyente: “Si no dejan en paz mis dos ‘fracasos’, dejaré el cine y me dedicaré al teatro”. El mensaje fue recibido, aunque los directores siguieron evitando los planos frontales del actor.

Gable estaba lejos de ser divino, pero iba cubriendo etapas. Una infección de las encías se extendió por su cuerpo y debió ser ingresado de urgencia: salió del hospital sin vesícula y con dentadura nueva. La Metro no se tomó bien el tiempo de baja y lo cedió a una productora menor, Columbia, para una película supuestamente pequeña: Sucedió una noche (1934), de Frank Capra. Gable ganó el Oscar y se convirtió en estrella. Disfrutó poco de la estatuilla: se la regaló a un niño que soñaba con ser como él.

Lo que siguió fue una carrera hacia el olimpo con películas memorables como El motín de la Bounty (nominación), Lo que el viento se llevó (Oscar) y alguna rareza como Cain and Mabel: un boxeador (Gable) y una bailarina (Marion Davies, novia y rosebud de William Randolph Hearst) fingen un romance para atraer la atención de los tabloides.