Es mejor que Nadal, aunque suene herético afirmarlo. Tiene más golpes, empezando por el saque, y una cabeza similar, al menos por ahora, inmune a las vanidades mundanas, insisto en el por ahora. Esto no significa de ningún modo que Carlos Alcaraz vaya a ganar 22 títulos de Grand Slam (le faltan veinte), por la sencilla razón de que esa hazaña trasciende el talento, aunque el talento sea condición indispensable. La acumulación impúdica de títulos de Djokovic (23), Nadal (22) y Federer (20) es una gloriosa anomalía histórica, producto de la coincidencia de los tres mejores tenistas de siempre, tan extraordinarios que la rivalidad los hizo mejores. ¿Contará Alcaraz con una inspiración parecida, con enemigos que le persigan y le obliguen a superarse año tras año? ¿Serán Rune y Ruud su némesis? No parece probable, pero quién lo sabe. Todavía no se había agotado Nadal y ya anunciábamos una penosa travesía por el desierto. Así de ignorantes somos. Y así de caprichoso es el destino, que ha querido que un chico de veinte años gane en Wimbledon veinte años después del primer triunfo de Federer, el que dio inicio al imperio del Big Three (quien tenga la tentación de incluir a Murray debe ser severamente reprendido). Alcaraz tenía dos meses cuando Roger levantó su primera copa dorada.
La victoria de Alcaraz ha dado comienzo a una nueva era, y decirlo no niega que Djokovic pueda volver a ganar un grande (será favorito en Australia mientras siga vivo). Si su victoria en Wimbledon representa un cambio de ciclo es porque ha tenido el poder de envejecer al último representante en pie de la edad de oro del tenis mundial. Djokovic no perdió por ser peor, o no sólo por eso, sino por ser más viejo. Por primera vez fueron ciertos sus 36 años, los achaques de las edades provectas. Había en su cara, y esto también es nuevo, un gesto de resignación ante la juventud que por fin empuja. No hay diques contra la insolencia de un chaval de veinte años que no tiene miedo ni calambres.
No es fácil que el deporte nos permita identificar con tanta claridad un momento que lo cambia todo. Generalmente las transiciones resultan difusas y progresivas. Por eso hay que agradecer a quien quiera que mande que nos reservara una final de Wimbledon y un partido a cinco a sets para asimilar el ingreso en un mundo nuevo. Nada será como fue en los últimos tiempos. Alcaraz es el nuevo rey y su ventaja es su peligro, 20 añitos. Cómo no distraerse, cómo no confiarse, cómo no elegir el yate más grande del catálogo, cómo no pensar un día (quizá una noche) que es más importante vivir que ganar. A eso se enfrenta Carlitos y muchos hubiéramos dado un meñique por enfrentarnos a algo así.