Arsenio Iglesias fue el último entrenador que nos dijo la verdad, que el fútbol no es tan difícil, que “lo que hay que tener es un poco de orden, de sentido, y jugar al fútbol, y tocar la pelota, que circule rápido, que la gente entre con vigor. Lo demás son conversaciones”. “Antes que el valor de la posición, lo que importa es el valor del hombre, que esté dispuesto a estar vivo, a estar firme”. ¿Era simple Arsenio? Yo diría que era sabio y, en consecuencia, nada pedante. En su mención al “orden” están los bloques altos y bajos, en la “circulación” la creación de espacios a través del movimiento, en el “vigor” la presión tras pérdida y en su alusión al “sentido” reside la universalidad del “sentidiño” gallego, que no es sino una apelación al sentido común, a la responsabilidad, a la lógica elemental, a no hacer el imbécil ni hablar de más. Arsenio sabía resumir en una frase “las conversaciones” que otros trufan de retórica insoportable y lo demostró siendo entrenador de un equipo que tuvo el mérito infinito de alterar el orden establecido. El Superdepor fue una brillante ocurrencia de Lendoiro que no hubiera podido ser sin Arsenio, contrapeso de cualquier tentación de arrogancia, personalidad esencial en la definición de la aventura. Por mucho que volara el equipo, y voló, había algo pegado a la tierra y eran los pies del Brujo, gallego de catálogo, zorro que disimula.

Un hombre con conocimientos rudimentarios no hubiera logrado dos ascensos con el Depor (uno con el Hércules) y luego dos subcampeonatos de Liga y una Copa del Rey, ni habría tenido al grupo en tensión ni a las estrellas unidas, ni al presidente contento, ni a la ciudad en llamas. Arsenio era más que Bebeto y que Feiraco, era Coruña. Y quien pasee por los alrededores de Riazor, si es capaz de dejar de mirar al Atlántico, tendrá a Arsenio como primera evocación del Depor que fue y que fuimos. 

Su fichaje por el Real Madrid, ya con 65 años, fue una excentricidad de Lorenzo Sanz que para terminar bien hubiera necesitado de jugadores adultos y no había tantos en aquel momento. Redondo y Fernando Hierro respetaron al entrenador y otros, entre los que estaba Raúl, le declararon la guerra por ser sustituto de Valdano y también por ser viejo y bueno, no se hubieran atrevido con un sargento cuartelero. Es fácil decir que Arsenio se equivocó al aceptar, pero quién hubiera rechazado una oportunidad así, hubiera sido mucho peor rechazarla por no enfrentarse a los niñatos. Debía probar y probó. Y debía volver y volvió, intacto el recuerdo de un entrenador que disfruta de la eternidad de un penalti que algún día entrará para que Arsenio pueda decir dentro de mil años que tampoco fue para tanto. 

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